CRÍTICA | «A tres metros sobre el cielo: La serie» («Summertime»): Tan corta como los veranos

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El verano está a la vuelta de la esquina y Netflix lo sabe. La plataforma estrenaba hace unos días la serie ‘Summertime’, una nueva adaptación de los libros de Federico Moccia, con un título que, a priori, puede sonar irrelevante, pero que en España ha conseguido alzarse como lo más visto por una sencilla razón: el nombre español es ‘A tres metros sobre el cielo: la serie’. Menuda bomba de nostalgia. Y menuda arma de doble filo, cuidado.

No es de extrañar por ello que sean muchos los que estén preguntándose por este repentino renacimiento de Hache y Babi. Pero tranquilos, o temed, porque no queda nada de ellos en esta historia. Para bien y para mal. El Barcelona cálido y de atardeceres intensos que podemos ver en la película de González Molina dejan paso, en esta ocasión, a una localidad costera del mar adriático. Un verdadero acierto.

Aunque no solo los escenarios ayudan a crear esa atmósfera veraniega y juvenil que desprenden las novelas de Moccia. Sin llegar a la revolución técnica que caracterizó a ‘Euphoria’ el pasado verano, ‘Summertime’ —me niego a llamarla ‘A3MSC’— bebe de ella en algunos aspectos visuales y estéticos. La impredecible aparición del título de la serie en cada capítulo es muestra de una factura muy fresquita.

Sin toxicidad ni drama

Pero vayamos al grano, lo que de verdad importa, y es que llamar a esta serie como la película puede acomplejarla demasiado. ¿Hay historia de amor? Sí. ¿Hay motos? Sí.  Y parad de contar, pese a que la historia sigue la estructura clásica de chica responsable y chico rebelde se enamoran en mitad del verano.

Al margen, es cierto que podemos encontrar algún que otro paralelismo más con respecto a la película de Casas y Valverde, pero si hay algo que desaparece por completo es la toxicidad en la relación. Punto positivo. Eso sí, parece que lo tóxico se lleva consigo cualquier ápice de drama, algo fundamental para que una serie, y más siendo juvenil, tenga atractivo. No sabemos si cuando Federico Moccia habla de una evolución de la historia se refiere esto.

En consecuencia, diríamos que el guion es flojito, que la búsqueda de un Hache o una Babi para esa generación Z que en 2010 estaba aún mordiendo el chupete se queda a medio gas. Y lo hace porque Summer (Coco Rebecca Edogamhe) y Ale (Ludovico Tersigni), en contraste de aquellos, y a pesar de mostrarse más vulnerables y menos peliculeros, no tienen chispa. Así de simple.

Por el contrario, quien sí parece rentabilizar la historia es una Sofia (Amanda Campana) —¿antigua Katina?— muy real. Ella sí representa al público objetivo de la serie. Y no solo por dar cabida al colectivo LGTBI, olvidadísimo en las películas, sino por reflejar unos valores que sí encajan con la nueva generación adolescente que viene. Su amistad con Darío (Andrea Lattanzi) es, sin duda, el punto fuerte de la serie. Por otro lado, la complejidad del matrimonio con hijos, la inocencia e interés sano en torno al sexo o la frustración por los amores no correspondidos son algunos de los temas reflexivos que rompen con ese carácter prohibido e intenso de las historias predecesoras.

Con todo ello, no sabemos si tras ese título simbólico y cargado de historia que omite el original se esconde un miedo ante el fracaso de la irrelevancia o, por el contrario, se pretende ofrecer una versión infantil de la historia original. En cualquier caso, ‘Summertime’ encaja con el mensaje y se hace tan corta como los veranos.

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