Entras en el teatro pensando que va a ser una obra más, que vas a echar la tarde, como el que dice, pero nada más lejos de la realidad. En cuanto me senté me centré en escudriñar el decorado y la figura que yacía en el suelo. Ya de inicio el ambiente te hace pensar que no va a ser una tarde cualquiera y en cuanto la obra empieza te preguntas para qué servirán «Aquellas migas de pan».
No se tarda mucho en entender qué está pasando y es ahí cuando una empieza a estar incómoda. No tanto por entender qué está pasando, sino porque mucho hay que equivocarse para no adivinar qué es lo que va a pasar. Y es que es muy fácil ver las cosas desde la distancia. Cuando lo tienes delante de tus narices, aunque sea ficción, duele, duele hasta tal punto que hubo un momento en el que no sabía cómo ponerme en la butaca.
Por si fuera poco, Alida (Mónica Bardem) no sólo tiene un presente demoledor y un futuro oscuro. Resulta que es su pasado lo que más le atormenta y que no hace sino añadir angustia y dolor. Beth (Carmen Ibeas) intenta aliviar el sufrimiento desde la admiración inicial y la resignación final.
Me descuadraron tantas idas y venidas, sobre todo porque siempre me pareció que cambiaban de tercio cuando empezaba a entender el anterior. Entiendo la fragilidad de Alida en su niñez, pero esperaba algo más visceral en su etapa adulta sabiendo el carácter fuerte que se le intuye. Vi a Mónica comedida en los gestos, cuando sacaba las garras, no terminaban de asomar del todo. En cambio, los gestos de Carmen son lo más característico de su personaje y lo único que aporta un punto de comicidad en un par de ocasiones frente a tanto desasosiego y desesperanza.
El decorado minimalista y simbólico es el lienzo del tercer protagonista de la obra, la luz. Los cambios de tono e intensidad ayudan a recorrer un camino con más sombras que luces, con más tempestad que calma.
«Aquellas migas de pan» es una historia necesaria, que hace que se te remuevan cosas dentro. A lo mejor por eso se me hizo larga. No sé si yo habría contado la historia más rápido, habría acortado algunas partes o simplemente estaba deseando que se acabase para no alargar el sufrimiento, ni el de Alida y Beth, ni el mío.
«Cuando conoces la historia no necesitas las palabras. Cuando conoces a la persona no necesitas la historia». Alida es la historia que Beth pone en palabras que acaban siendo nada. Alida es la persona cuya historia Beth tiene que aprender a dejar ir.
Me apasiona que me cuenten historias desde las tablas, desde la gran pantalla o desde la caja lista. ‘Mary Poppins’ me enganchó al cine, ’10 negritos’ al teatro. Nací con una tele debajo del brazo y un lápiz en la mano izquierda. «Librívora» desde la cuna. Escribo porque no sé vivir de otra manera. Ingeniera de Telecomunicación. Madrid, Madrid, Madrid…
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