Lo mismo que pasa con la manteca, que a algunos les sabe más dulce y a otros más salada, pasa con Saverio, unos entienden la farsa, otros no. Estoy en el segundo grupo, quise pensar que sería por la adaptación y modernización de la obra, pero he leído el libreto original y no me ha quedado del todo claro, así que es evidente que el problema lo tengo yo con mis entendederas.
Hay que reconocer que el guion no es mucho más fácil de asimilar que el nombre, que ya se las trae. Susana (Ángela Chica) acompañada de su hermana Luisa (Lucía Perlado), Juan (Jaime Díaz), Ernestina (Natalia Álvarez) y Pedro (Carlos Martín), doctor y maestro de ceremonias, urden una treta para engañar a Saverio (Matías Marmorato), un vendedor de manteca por convicción propia. El engaño consistiría en que Susana, presa de una supuesta locura, se creyese una reina destronada cuya única cura sería cortarle la cabeza al coronel que la había despojado de su trono, papel que interpretaría Saverio.
Quizás sea porque no estoy acostumbrada a este género, pero empiezo a pensar que la farsa nos la tragamos nosotros en lugar del mantequillero. Empiezo a pensar que es el público el engañado por no saber si la filtración inesperada es tal, por no saber si cuando Susana dice: «lo importante es que se entienda», dice o no la verdad.
No se les puede negar el haber actualizado la obra, en mi opinión, más de la cuenta. Lo del DJ en directo es muy original, pero la mezcla de elementos antiguos y modernos descoloca. Probablemente eso me hizo estar pendiente de entender el contraste y no la historia. Una mezcla de churras con merinas que afecta, sobre todo, a Juan, un personaje al que no pillé el punto, no supe cuál era su papel en la historia. Un cabrero que en lugar de llevar zurrón lleva unos cuernos como sombrero. Me recordó más a un ser mitológico que a un pastor.
Al igual que reconozco el encanto de los teatros en los que actores y público están a la misma altura, tengo que reconocer que no termino de acostumbrarme a la declamación propia del teatro clásico. Supongo que será parte de un método, que desconozco, y no digo que no tenga que ser así, pero a mí me chirría. Dicho esto, me quedo con Saverio, Susana y Ernestina.
A pesar de todo, tengo que admitir que me sorprendió el final, bueno, no el final en sí, sino que llegase cuando llegó. No lo esperaba en absoluto y de repente, ¡pum! Fin de la historia.
Una historia contada a gritos a ratos, muestra de la locura y el nerviosismo que envuelven el ambiente. Una historia que evidencia, una vez más, la debilidad del ser humano y la facilidad con la que cambia de parecer cuando se dibujan ante sus ojos esperanzas de alcanzar algún poder. Para rematar su caricatura, la habitual pincelada madre y justificación de la corrupción, el mal endémico de la sociedad: «el fin justifica los medios».
Saverio es, en resumen, una crítica a las dictaduras de la época y a la capacidad de los individuos de forzar las tuercas en beneficio propio. Una crítica vestida de fiesta psicodélica que no me ayudó a discernir si lo que allí pasaba era verdad, mentira o todo lo contrario.
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Me apasiona que me cuenten historias desde las tablas, desde la gran pantalla o desde la caja lista. ‘Mary Poppins’ me enganchó al cine, ’10 negritos’ al teatro. Nací con una tele debajo del brazo y un lápiz en la mano izquierda. «Librívora» desde la cuna. Escribo porque no sé vivir de otra manera. Ingeniera de Telecomunicación. Madrid, Madrid, Madrid…
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