Deben de ser los cinco minutos más largos de la historia los que pasan «Entre ella y yo». Bueno, entre ella y yo no, entre Valeria (Melani Olivares) y Diego (Carlos Chamarro).
Cinco minutos les separan de descubrir si tendrán que embarcarse en una aventura que nadie sabe si llegará a buen puerto o acabará en naufragio. Eso si deciden subirse al barco, claro.
Miedo, dudas y más miedo y entre tanto su imaginación va a toda vela hacia un horizonte totalmente desconocido. Me descolocó que hubiera varias criaturas, pensé que se trataba de un ida y vuelta entre pasado y futuro, pero parece que no. Fui demasiado lenta, tardé en darme cuenta del juego de escenas y luces y no caí en que cada apagón era una ilusión hasta que empecé a escribir esta crítica. Ya todo cuadra, o eso creo. Lo único que me queda por encajar es de quién era cada pesadilla.
Me quedo con la historia de Fiona y el coche, aunque fue el «zasca» de la Fiona bebé el que levantó los aplausos del público. Aunque exageradas, son experiencias que muchos en su situación reconocerán. La incertidumbre de no saber si seremos capaces de criar a un hijo. Si no nos convertiremos en los padres que tuvimos a quien, en ningún caso, queremos emular. Si tener a un ser a nuestro cargo afectará a la vida sexual de la pareja y acabará por arruinarlo todo. Si podremos tener un hijo cuando ni siquiera nos tenemos a nosotros mismos. Reflexiones hechas desde la comedia, pero profundas al fin y al cabo. Por eso descuadra la parte de la madre de ella. Entiendo el toque de humor, pero está metida con calzador.
Valeria parece la más serena, Diego tiene que esconder el susto detrás de su fluidez verbal y la cara de congestión que no pierde en ningún momento. Esto no sólo aplica a los personajes, sino también a los actores. A Melani se la ve mucho más suelta que a Carlos. Ahora bien, no me acostumbro a ver a la actriz en las escenas con cierta carga emocional cuando la que tiene que llorar es ella.
El decorado es el justo y necesario, funcional. Un piso recogido que permite la continuidad de las presencias y facilita el buen uso de las ausencias. Diría que sencillo y sobrio si no fuera por la tira de luces LED rojas. ¡Eso tiene más delito que cualquier nombre que le pongas a tu hijo!
Subida de tono, pero muy divertida y amena. Hay que ver la gracia que hacen el miedo y la angustia en la piel de otros cuando esos cinco minutos, que para unos son una eternidad, a los demás se nos pasan volando.
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Me apasiona que me cuenten historias desde las tablas, desde la gran pantalla o desde la caja lista. ‘Mary Poppins’ me enganchó al cine, ’10 negritos’ al teatro. Nací con una tele debajo del brazo y un lápiz en la mano izquierda. «Librívora» desde la cuna. Escribo porque no sé vivir de otra manera. Ingeniera de Telecomunicación. Madrid, Madrid, Madrid…
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