El pasado jueves todos fuimos un poco Dani Fernández, y no lo digo simplemente porque acudiésemos en masa a La Riviera, en Madrid, hasta conseguir un soldout. A todos se nos erizó la voz y se nos puso cara de ese veinteañero de Alcázar de San Juan. Pero, antes de resolver el porqué, déjenme como buenamente pueda explicarles lo que se vivía en la mítica sala aneja al Manzanares, un nombre que seguro que a Dani también le resultó familiar.
Más de dos mil Dani Fernández hacíamos cola desde que cayese el frío y la noche en la capital. Antes de empezar el gran incendio, la bienvenida a ese caluroso lugar adornado con palmeras la daba una gallega llamada YolySaa. Pontevedra, sus gorros y bailarinas tatuadas pisaron fuerte en Madrid.
Tocaban las nueve y media cuando llegó entonces el momento más ardiente y épico de una de esas, como canta el propio Dani, noches prohibidas: Con chaqueta roja y camisa estampada, y con un fondo y una iluminación En llamas, el manchego hincaba rodilla derecha ante su público. Todo ardía en La Riviera, como las cenizas que nunca se apagaron de uno de los jóvenes que en su día llenaron el Palacio de Vistalegre. Y aunque el pasado jueves 4 kilómetros, y a su vez años, separaban ambos recintos y momentos, los ojos llorosos y el aliento desgarrado del cantante reflejaban que, como un niño, sigue Perdido en Madrid.
Marta Soto y Lucas Colman (y “María”) también llenaban de fuego un escenario que era cómplice de versiones y colaboraciones como Soldadito de hierro, de Nil Moliner, 6 de septiembre, de Andrés Suárez, Estrella Polar de Pereza, Perdona (ahora sí que sí) de Carolina Durante, Emborracharme de Lori Meyers o Guaraná, de En la Casa de Inés. Precisamente esta última acaparó el momento más íntimo de la velada, un silencio absoluto abrazando la única voz, sin micro, de la sala, la de Dani. Hay noches imposibles de borrar.
Anoche Dani fue más Dani. Dos mil personas en una misma. El público, Víctor Elías, Edgar Regi, Sergio Stringer, Jairo Ubiaño, Lucas Lera. Culpables de no evitar lo inevitable. Y todos fuimos Dani porque algunos, como yo, nos hicimos dos horas de viaje para estar un ratito bailando en Madrid y volver a casa, como hacía cada miércoles con su padre. La canción que merecías.
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