Hace tiempo que la cultura se volvió industria. Hace tiempo que hablamos de ella como un entretenimiento de eso que solíamos conocer como la sociedad de masas. Desde ese momento y cada día más, nos encontramos con productos seriados en disciplinas que, por propia naturaleza, deberían ser genuinas. A nadie que tenga los ojos un poco abiertos se le escapa que aunque las opciones para elegir parezcan muchas las diferencias no existen, no existe verdadera libertad de elección.
La música, como muchas otras disciplinas culturales, se ha visto invadida por preceptos industriales que, de por si, son ajenos a ella. Unido a la historia del hombre y la trasmisión oral, el cuarto arte se ha ido desarrollando y creciendo. No deberíamos olvidar su importancia. La música constituyó siempre una parte fundamental en la identidad de las sociedades, de los pueblos. Por no olvidar que fue, también, motor de innovaciones tecnológicas. Quizás su función más importante a lo largo de siglos de historia ha sido la de representar minorías, encabezar rebeliones y ser el altavoz de cuestiones que hubieran sido silenciadas si no hubiera sido por ella. La música es arte y, por lo tanto, es una forma de narrar historias, de contar sucesos, de expresar aquellas cosas que de otra forma no seríamos capaces.
Pero un día el fordismo llegó hasta el arte y comenzamos, patéticamente, a producir música en cadena, seriada. Su razón de ser es el consumo y no la necesidad de expresar, de contar. Si bien la industria cultural se sostiene en razones que pueden parecer democráticas: llevar cultura a cada rincón, hacerla comprensible y adquirible por cualquier clase sociocultural, etc. tampoco es desdeñable el daño que la industria ejerce contra la originalidad y la creatividad de aquellos que se hacen llamar músicos. Han atado las manos de aquellos que se niegan a ser distintos, los silencian con sobreproducción de algo a lo que llaman Pop pero que ya no se puede considerar como tal. Así nos encontramos con radios musicales que reproducen una y otra vez la misma canción con distinto nombre, con distintas voces. Las multinacionales deciden lo que «vende» y crean borregos que escuchan lo mismo solo porque «está de moda». ¿Quién decide que está de moda? ¿Quién decide que el rock and roll no vende? Yo he visto a muchas señoritas cantar: «Dame una sonrisa de complicidad…» Señoritas que jamás habían oído hablar de Loquillo y que creen que el Rock and Roll murió con Elvis. Poco a poco las bandas más originales y distintas se ven relegadas a un segundo plano. Grupos de Jazz, Reggae, Blues, Rock, Country… malviven sin encontrar una difusión acorde a su talento mientras los grandes industriales se frotan las manos y los aplastan económicamente.
La música tiene una razón de ser: la música. Sí, los músicos la hacían simplemente porque no podían evitarlo, porque tenían algo que contar, porque llevaban algo dentro. Olvidémonos ya de las masas, de conseguir discos de platino, olvidémonos del menú que nos imponen y abramos los oídos. Estoy cansada de escuchar covers de covers cada día. Quiero música de músicos no de intérpretes mohínos que son, al fin y al cabo, loros de repetición. Amor al arte, señores, eso necesitamos. Algunos la llaman música comercial, yo prefiero llamarlo: muerte del arte.
Mi participación en YourWay es la expresión de una necesidad: hacer periodismo. Soy una apasionada de la buena literatura y de la música de calidad. No puedo parar de escribir. Me acusan de demasiado crítica. Como diría Marea: Soy el perro verde.
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