A TVE le gusta la cocina. Bien sea porque es el único formato que les funciona, o bien porque su target se acerca más a este tipo de contenidos; lo cierto es que desde la pública están tratando de exprimir el concepto gastronómico al máximo. El último intento: ‘Cocineros al volante’.
De los creadores de ‘MasterChef’ (Shine Iberia), y con el mismísimo ganador de la última edición entre sus participantes, este cook show llegó a las televisiones españolas este martes cargado de esperanza, optimismo, pensando que el arrastre del público que siguió el programa presentado por Eva González haría lo propio con el de Paula Prendes. El problema de estos casos es que, como en todo, las comparaciones son odiosas. Y una buena cifra inicial, 13,3% y 1.967.000 espectadores (recordemos que es verano y que los números se reducen porque la gente ve menos televisión), no te garantiza el éxito de un formato cuando las redes arden para mal.
El concepto era correcto, lógico. Ocho parejas con sus respectivas caravanas competirían por ver quién es el mejor cocinero sobre ruedas. Cada semana se trasladarían a un lugar de la geografía española para crear la tapa típica de la región, ésta sería probada por sus habitantes y, finalmente, el jurado decidiría quiénes continuarían en el show y quiénes tendrían que enfrentarse en un duelo a tres por la permanencia. Hasta ahí todo bien. No obstante, ¿cuál es el objetivo final para que una prueba sea ver qué concursante escancia mejor sidra? Cuando lleguen a Euskadi qué será ¿bailar aurresku?
Lo cierto es que existen diferentes partes del formato que no terminan de cuadrar. Está bien que para agilizar el programa los concursantes se batan en una carrera por ver quién consigue antes la comida gratis. Sin embargo, ¿nos encontraremos algún pueblo donde una pareja no pueda completar la compra, o el fin último es decir “la generosidad de los habitantes de (póngase nombre de la ruta) es inmensa”? Hay que recordar que España no es Malasia, y el espíritu “gratuito” de ‘Pekín Express’ es mucho más difícil que funcione entre nuestras fronteras.
Aun así, si algo parece que molestó seriamente a las redes durante el espacio, fue el tiempo. Lentitud, falta de ritmo, de movimiento, son los factores que podrían hacer de este buen estreno otro caramelo ácido de la pública. Es decir, técnicamente el programa no fue malo, al contrario, los tintes documentales necesarios para un formato callejero ahí estuvieron; sin embargo, parece que los 3m2 que disponen los concursantes para realizar sus creaciones se quedaron pequeños al tiro de cámara de unos espectadores que necesitan celeridad en sus vidas, cambio, agilidad y movimiento continuo cuando de la pequeña pantalla se refiere.
Lo mismo sucede con la crítica tanto a los jueces como a la presentadora. “Forzados” es la palabra que más se repitió durante la noche. Fue el primer intento, la primera toma de contacto con un formato de estas características, sin embargo, las exageraciones y falta de empatía por parte de los jueces parece que hizo mella desde el minuto cero (y quién sabe si existirá reconciliación futura). No debería, ya que en su antecesor nos encontramos con varios jueces a los que el concepto “leer – aprender – decir frente a cámara” les sigue resultando costoso, pero ya tienen asentada su plaza fija en el corazoncito de la audiencia.
Vivimos un tiempo donde la televisión de nuestro país está buscando día tras día reinventarse dentro de unas fronteras ya establecidas. Pero no es suficiente. El público pide más: castings idóneos, ritmo, emoción… pequeños ingredientes que en su justa dosis den con la receta perfecta del triunfo, bien sea sobre una caravana ambulante o no. TVE lo sabe y de ahí la explotación de sus cánones conocidos. Aunque, insisto, no es suficiente. Un estreno correcto no te da el éxito de un programa cuando la crítica hacia la pública ha sido (es) tan feroz, cuando tienes a tu único “inversor” sosteniéndote sobre una cuerda cada vez menos estable. Pero solo queda esperar. Aguantar y comprobar si hay segunda oportunidad o lo próximo que veamos en TVE sea Remedios Amaya cantando aquel clásico (hoy reinventado) de: “¡Ay quién maneja mi caravana, que a la deriva me lleva!”. Que ocurra o no, es solo cuestión de tiempo.
Dicen que nací con un mando a distancia bajo el brazo, pero ni así pude evitar ver a Leticia Sabater hacer flexiones por televisión. Sin embargo, no todo fue malo. Aprendí a imitar a Lina Morgan, me creí un genio de lámpara con Paz Padilla, cantaba “*furor furor nana nana nanara*” a todas horas y siempre quise participar en ‘Soy el que más sabe de TV del mundo’. Tal vez por ello ahora me dedico a escribir sobre mi adorada pequeña pantalla. Y, tal vez por eso, hice de ello mi modo de vida.
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