Resident Evil ha sabido aprovechar el tirón que han tenido los zombies durante 15 años. Fue en 2002 cuando vio la luz la primera película que contaba las andanzas de Alice, interpretada por Milla Jovovich, y es en 2017 cuando se le pone punto final con su sexta entrega, que si bien, al igual que las anteriores, no viene a revolucionar el sector, sí ofrece un entretenimiento grato.
Paul W. S. Anderson vuelve a ponerse tras las cámaras para dirigir a su mujer en una aventura en la que la acción prima por encima de todo. Cae en los errores de volver a dejar de lado a personajes que han ido apareciendo en otras de las películas en función de la disponibilidad de los actores y en algún fallo de guión que no empaña el resultado final.
Sin embargo, algo que decepcionará a todos los seguidores de la franquicia tiene que ver con la película anterior a la aquí tratada, Resident Evil: Retribution. Podéis olvidaros de ver la épica batalla que prometía el final de ese largometraje, ya que El capítulo final se sitúa en su comienzo varias semanas después de ese enfrentamiento.
A partir de ahí las escenas de acción serán interminables y dejarán ver a la Alice más letal hasta el momento. Unas secuencias de acción de las que hay que decir que son épicas, pero a su vez liosas debido al montaje mareante y que limita que una de las partes más llamativas de la película, las criaturas que van apareciendo, sean poco vistosas.
Hay que destacar, más allá del papel de Jovovich, el papel de Iain Glen, a quien muchos recordarán ahora por su papel en Juego de Tronos. Glen vuelve a aparecer como villano principal dejando muchas de las secuencias más increíbles de la película.
En definitiva, el metraje es una buena despedida a la saga. Mantiene los rasgos que la han caracterizado, incluso los negativos, y no olvida realizar homenajes a algunas de las escenas que más gustaron de las anteriores películas. Por lo tanto, sin aspirar a ser una gran película, cumple con su objetivo de entretener y satisfará a los fans de la franquicia.
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