Driblar es un término que se emplea en fútbol y otros deportes como sinónimo de regatear. Aunque su uso se da en un entorno concreto, el regateo es algo que está continuamente presente en el día a día, entendiendo regatear como actuar para mantener el control, a pesar de la inestabilidad, los rivales y el tiempo. En mayor o menor medida, todas regateamos y es precisamente este símil entre contextos lo que utiliza Dribbling, una obra representada en el Teatro Marquina de Madrid. A través del fútbol, cuenta una historia sobre poder, fama y las consecuencias de algunos factores que, de ser revelados, podrían hacer perder el factor sorpresa al que tan bien juega el espectáculo.
Javi Cuesta, interpretado por Álvaro Rico, es uno de los futbolistas mejor pagados de Europa que vive sumido en una espiral de popularidad, lesiones, fiestas, polémica y descontrol. Cuando su agente Pedro Guillén, interpretado por Nacho Fresneda, se encuentra en medio de una ardua negociación para el traspaso del jugador a otro equipo, el futbolista recibe una denuncia por violación. Este suceso es el detonante de una trepidante historia escrita y dirigida por Ignasi Vidal, que cuenta con una escenografía y vestuario de Alessio Meloni y una iluminación diseñada por Felipe Ramos.
El tiempo en Dribbling parece denso. La aparente normalidad, regida por diálogos que por estar tan bien construidos y ejecutados parecen improvisados, se consolida en un ambiente sutilmente tenso. Las conversaciones se suceden con dinamismo y naturalidad, transcurriendo como podrían estar haciéndolo en cualquier lugar del mundo más allá de las paredes que en ese momento justifican el silencio de los presentes. Mientras, en el patio de butacas, las risas desenfadadas y expectantes del principio se transforman en intermitentes carcajadas nerviosas para, finalmente, desaparecer entre el silencio.
La interpretación de ambos actores desde el inicio del espectáculo no puede ser más acorde a lo que pretenden contar. Todo lo que sucede en escena está enfocado a lo que allí se narra y, por supuesto, ellos cumplen perfectamente su objetivo, sin buscar más protagonismo del que ya les otorga el montaje por sí mismo. Ambos se compenetran como si llevaran toda una vida juntos, haciendo realmente fácil imaginar su pasado, su relación e incluso su forma de pensar. A mi parecer, el trabajo de Nacho Fresneda y Álvaro Rico, dirigidos con acierto por Ignasi Vidal, es razón más que suficiente para acudir al teatro. Sin embargo, no es la única.
Lo que provoca Dribbling es una sensación parecida a mirar lo que sucede a través de la rendija de la puerta entreabierta, conteniendo el aliento para no ser descubierta. Así, sin más remedio, nos convertimos en partícipes forzosas de unos hechos de los que nos separa una barrera invisible, impenetrable e inexistente. El teatro es un punto de encuentro al que, en este caso, no hemos sido invitadas. Sin embargo, ahí estamos, presenciando lo que ocurre, asistiendo a escenas privadas desde un asiento que, aunque parece que nos protege de los hechos por esa renombrada cuarta pared, nos hace testigos y juezas.
Basta con mirar las noticias para darse cuenta de que los dos protagonistas están en los medios de comunicación, en la calle, en el piso de arriba o en un perfil de cualquier red social. Ellos son entrenadores, profesores, médicos, comerciales, padres, hijos o hermanos. Además de por la magnífica construcción de la obra, el texto certero y unas interpretaciones, a mi gusto, brillantes, el efecto que provoca Dribbling se debe a que todo juega en favor de la historia que quiere contar. Dribbling es un ejemplo perfecto de cómo la cultura hecha con cuidado, respeto y destreza puede ser un lugar de reflexión y entretenimiento destinado a cualquier tipo de público.
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Web oficial del Teatro Marquina de Madrid
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