Nuestras mujeres, obra de Eric Assous dirigida por Gabriel Olivares, pone en entredicho aquello que nos enseñaron de pequeñitos de que quien tiene un amigo tiene un tesoro, los juramentos de meñiques y el «aquí tienes un amigo para toda la vida».
Empieza fuerte, con un tema candente y arriesgado, Simón (Antonio Hortelano) ha asesinado a su mujer y no contento con eso pretende que Pablo (Gabino Diego) y Max (Antonio Garrido) mientan para encubrirle. Así comienza una discusión que hace temblar los cimientos de una amistad de muchos años, ¡hay que ver cómo cambia todo cuando se le ven las orejas al lobo!
Lo que empieza siendo un debate que debería zanjarse en pocos minutos, por sentido común, acaba siendo un toma y daca de verdades cantadas ahora que nos estamos sincerando y no nos oye nadie. Los tres personajes acaban reconociendo que en todas partes cuecen habas, que ni sus vidas son lo que aparentan, ni están tan de acuerdo con las de los demás como les habían hecho creer.
Resulta que al final la amistad se parece a un matrimonio, todo es de color de rosa mientras va bien, pero ahí te quiero ver yo cuando las cosas se tuercen. Lo de «en lo bueno y en lo malo» es relativo y la condescendencia gana a la sinceridad por goleada hasta que uno se ve con el agua al cuello. Entonces sí, entonces se explota, se reconoce que se está harto, que nos gusta lo blanco porque al otro le gusta lo negro y se llega a la conclusión de que, a veces, lo mejor es echarse a dormir.
Max y Pablo creen tener las cosas claras al principio, pero según caen la noche y las copas de vino las perspectivas cambian, para mí que ninguno de los dos quiere saber en realidad qué deben hacer. No sé qué pensarán el resto de espectadores, yo me sentí más identificada con Max, pero como asegurar cómo se reaccionaría en una situación así es aventurarse, entiendo perfectamente la postura de Pablo.
A pesar de que el leitmotiv no tiene ninguna gracia, consiguen provocar risas en más de una ocasión, sobre todo gracias a Antonio Garrido, al que hay que agradecerle que no se haya dedicado al baile, aunque Gabino Diego y su capacidad para gritar tienen también su momento estelar. A quien no me creí mucho fue al personaje de Antonio Hortelano, demasiado sereno para tener tanta preocupación encima como decía.
El desenlace me dejó un poco desconcertada, vi poca indignación en Max y Pablo después del mal trago que les había hecho pasar Simón; se va muy de rositas. A lo mejor es porque lo vi desde el lado femenino y después de tantos sapos y culebras como corrieron por la habitación habría exigido una explicación un poco más convincente o, al menos, una disculpa creíble.
No digo que el final estropee la obra, que es correcto, pero soso. ¿Qué Simón tiene todo el derecho a terminar la noche a su manera? Cierto, pero a ver qué culpa tenemos nosotros de que Frank Sinatra esté muerto. Hala, ya lo he dicho… ¿Un café?
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Me apasiona que me cuenten historias desde las tablas, desde la gran pantalla o desde la caja lista. ‘Mary Poppins’ me enganchó al cine, ’10 negritos’ al teatro. Nací con una tele debajo del brazo y un lápiz en la mano izquierda. «Librívora» desde la cuna. Escribo porque no sé vivir de otra manera. Ingeniera de Telecomunicación. Madrid, Madrid, Madrid…
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2 Comments
Ayer estuve en el teatro Falla viendo la obra y la verdad no me gustó mucho, era lenta y un tanto pedante, al final se enmienda un tanto pero la verdad es que se me hizo pesada. Los actores estuvieron bien pero a Gabino le faltó voz hasta llegar a oírle con dificultad estando en la cuarta fila.
Yo he visto la obra. No me ha gustado en absoluto. Es lenta, repetitiva, estirando una situación durante hora y media cuando no daba más allá que para diez o quince minutos. Los actores me pareces infrautilizados. Las partes cómicas muy, muy básicas. En fin, por supuesto que respeto el trabajo de los actores y creadores de esta obra pero como resúmen puedo decir que, cerca de mí vi al menos a dos personas dar cabezadas. Sintiéndolo mucho, no la recomiendo.