CRÍTICA DE TEATRO | «La vuelta de Nora», de Andrés Lima

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“La vuelta de Nora” no la esperaba nadie. Nora (Aitana Sánchez-Gijón) cogió la puerta hace 15 años y se fue para no volver (“Casa de muñecas”), pero vuelve. Vuelve porque no le queda otra si quiere seguir siendo aquello en lo que se ha convertido después de tanto tiempo y esfuerzo.

Es muy difícil ser justa al analizar el argumento, sobre todo ahora que parece que algo empieza a cocerse. A ratos me sentí mal como mujer por considerar que Nora era la verdugo al haber buscado su propio beneficio y haber dejado en la estacada a Torvald (Roberto Enríquez), a sus tres hijos y a Anne Marie (María Isabel Díaz Lago), la mujer que recogió todos los pedazos. Es en esos momentos cuando eché en falta haber sido testigo directo de la primera parte de la historia para tener todos los detalles y una opinión formada. Lo único que puedo hacer es escuchar ambas versiones mientras ella y él discuten en lo que queda de lo que fue su salón, pero es la palabra de una contra la del otro. Es el punto de vista de una madre que no reconoce a su hija Emmy (Elena Rivera) contra el de una hija que mira con indiferencia a una madre inexistente.

Esta adaptación de la obra de Lucas Hnath dirigida por Andrés Lima gira en torno a la defensa de las ideas de ella y la defensa de los esquemas internos de él. Una defensa a ultranza que evidencia lo acostumbrados que estamos a pensar que la opinión de uno es la única válida y que el resto de la humanidad está equivocada y no nos damos cuenta de que, por muy acertados que estemos, es casi imposible que uno lleve toda la razón y el otro carezca de ella. Es casi imposible vivir los unos sin los otros. Nora, que tiene todo el derecho moral a ser lo que quiera ser, necesita a Torvald para conseguirlo por el mundo en el que le toca vivir y pretende usar a Anne Marie como cebo. Torvald, que no entendió entonces, necesita a Nora para intentar entender ahora.

Supongo que todos son víctimas de una u otra forma: Nora lo es de la sociedad; el resto lo es de una decisión ajena que lo cambió todo. Yo, que fui una cotilla más asomada a la ventana, me di cuenta de que no tengo claro hasta qué punto alguien tiene derecho a volver y poner patas arriba lo que ya no es suyo en un sitio donde ya no pinta nada. De que es muy duro amar algo para tener que matarlo después. Y me entraron escalofríos al pensar que pueda ser verdad que lo único que hacemos es mentir, sobre todo cuando buscamos que nos quieran.

Creo que es la primera vez que no puedo decir a quién quitaría del cartel, cuatro personajes y cuatro interpretaciones distintas y complementarias. Si en mi anterior crítica me quejaba de la exagerada declamación, en esta ocasión no puedo sino aplaudir la naturalidad de la conversación, me dio la sensación de estar escuchando a cualquiera de mis vecinos a través de la pared, sobre todo cuando el que hablaba era Torvald.

El decorado es austero, ¿para qué más? La iluminación es el discreto quinto elemento que, al igual que en la vida real, marca el paso del tiempo. De una forma inteligente y nada invasiva, algo tan vital como la luz y las sombras que esta crea intentan encauzar las discusiones, pero los personajes tardan tanto en resolver el problema que se les hace de noche.

No es que uno salga encantado con la vida. No es ninguna fiesta, pero “La vuelta de Nora” tiene todo lo que espero encontrar cuando entro en un teatro. Las cuatro perspectivas distintas de la misma historia y todo lo que las rodea forman un conjunto muy potente. Ya tenía ganas de dar con algo así.

Por lo que veo, tengo suerte de no haber nacido en un mundo en el que las mujeres sólo podían hacer la casa y las “cosas”, y necesitaban permiso para hacer lo que estoy haciendo ahora mismo. El mundo de Nora avanzó, como ella predijo, el mundo de las que hemos venido detrás tiene que seguir avanzando y yo, al igual que ella, espero vivir para verlo.

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Margarita Pérez

Me apasiona que me cuenten historias desde las tablas, desde la gran pantalla o desde la caja lista. ‘Mary Poppins’ me enganchó al cine, ’10 negritos’ al teatro. Nací con una tele debajo del brazo y un lápiz en la mano izquierda. «Librívora» desde la cuna. Escribo porque no sé vivir de otra manera. Ingeniera de Telecomunicación. Madrid, Madrid, Madrid…

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