El pasado jueves tuvimos el privilegio de asistir a una representación muy especial de la obra “Música ligerísima” de David Ramiro Rueda.
Por un día Sara (Gadea Candela) y Guille (Albert Green) trasladaron su pequeño piso situado a orillas del Lago di Como desde su residencia habitual en el Teatro de las Aguasal Istituto Italiano di Cultura di Madrid. Allí recibieron la visita de Pablo (Iker Azkoitia), un antiguo alumno de Sara metido a mochilero que viene a perturbar la tranquilidad de Guille y a romper los esquemas de ambos.
Una atrevida apuesta que utiliza la comedia como hilo conductor y clavo ardiendo al que agarrarse para que los protagonistas se abran en canal hablando de temas que algunos siguen considerando tabú y que otros toman un tanto a la ligera.
Los personajes están tan bien definidos por guion e interpretación que el espectador puede distinguirlos perfectamente. Los tres se complementan y se necesitan para sobrevivir a la vorágine de emociones que se les viene encima en tan poco espacio de tiempo. Guille arropa con sarcasmo la fragilidad de Pablo mientras Sara intenta poner cordura en un corral en el que los gallos no tienen tantas ganas de pelea como se supone al inicio.
Sara es el puente entre la tragedia que encarna Pablo y la comedia que representa Guille. Es este último quien tiene el rol más agradecido en cuanto a respuesta del público se refiere por levantar las risas del pabellón prácticamente con cada diálogo y cada gesto. Digo en cuanto a respuesta porque si hablamos de conexión, creo que todos podemos identificarnos con cada personaje en momentos determinados de la obra. No es difícil conectar con Pablo, al fin y al cabo, todos somos un tanto asimétricos, lo difícil es reconocer esa conexión. Lo cruel que tiene que ser ese sufrimiento para que el acoso laboral padecido y la desgracia que este provoca no sea lo más doloroso.
Todos nos hemos perdido alguna vez con los términos, por muy claras que hayan querido dejarnos las cosas y es probable que hayamos hecho que los demás se pierdan por el caso contrario, porque no hayamos querido dejarlas tan claras nosotros.
“Música ligerísima” nos invita a reflexionar sobre cómo lo que hacemos y decimos impacta en los demás y sobre el derecho que tenemos a hacerlo cuando y como nos apetezca. El derecho a compartir lo nuestro o a no compartirlo y callar y así disponer de lo que es de cada uno porque cuando uno está pasando un momento negro, negrísimo, si uno no quiere, no se entera ni Dios.
En una sociedad y en un momento en los que parece premiarse la capacidad de externalizar lo que es propio y no debiera ser de los demás si uno no quiere, pasamos por alto la valentía de guardar silencio, por el motivo que sea. Dicen que lo que no se nombra no existe, pero no por callarlo deja ese algo de existir y puede ser que las cosas, si se dicen mucho, pierdan su significado.
El callar o gritar a los cuatro vientos debería ser elección nuestra, lo que no podemos controlar es lo que hacen los demás y hay veces que la gente hace cosas que, aunque sean pequeñas, son fundamentales, aunque ellos no lo sepan.
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