Una habitación propia de Virginia Woolf es un ensayo que se publicó por primera vez en 1929. En él se recogen las conferencias que la escritora dio en 1928 a unas estudiantes sobre las mujeres y la literatura. En este caso, se presenta en las tablas del Teatro Galileo la adaptación de María Ruíz, que también dirige la versión. Por su parte, Clara Sanchís es la actriz encargada de interpretar el monólogo.
Creo que todo el mundo habrá tenido alguna vez esa sensación de tener tanto que decir que no sabe por dónde empezar. Pues esto me ocurre con Una habitación propia, y más teniendo que hablar de ella en unas cuantas líneas. Lo cierto es que, aunque contara con todo el espacio del mundo, no podría recoger esa sacudida en forma de monólogo que es esta obra.
Una habitación propia tiene fuerza. Fuerza en las palabras, fuerza en cada pregunta y en cada respuesta, incluso en esas cuestiones que no pueden ser contestadas. De hecho, son esas preguntas las que perduran, las que enfadan y las que resuenan. Entre otras cosas, claro está. El discurso comienza suave, anecdótico, haciendo referencia a aspectos aparentemente inofensivos. Sin embargo, según pasan los minutos, las palabras comienzan a tener sentido, a escocer y a adentrarse. Palabras que van poniendo de manifiesto la situación injusta de las mujeres a lo largo de la historia como resultado de una sociedad machista y patriarcal. Preguntas como qué hubiera ocurrido si Shakespeare hubiera tenido una hermana con un gran talento o por qué no hay información ni documentación sobre las mujeres antes del siglo XVIII. Palabras y preguntas tan importantes como necesarias, entonces y ahora.
Hay fuerza en el discurso, por supuesto, pero necesita una voz para cobrar vida y de ello se encarga Clara Sanchís. Y no solo aporta su voz, sino que la actriz pone alma, garra, fuerza y mirada. Es fácil ver en sus ojos lo que sale de su boca, sentir el enfado y la rabia que ella padece, ser su cómplice en esta historia de injusticias. Con tan solo un escritorio, un bolso, muchos libros y un piano, Clara Sanchís inunda el escenario, encoge el estómago y se deja la piel para mostrar una mujer valiente, determinada e irónica. Una interpretación a la altura del monólogo que hace al público enmudecer, transformarse en alumnas atónitas ante la agitación que está teniendo lugar a unos metros de distancia.
Quiero destacar también la belleza de la música que la misma Clara Sanchís toca al piano. Cuando el discurso llega a una pausa fuerte, con una frase firme y cortante, la melodía del piano acompaña el eco de las palabras anteriores, concediendo unos instantes de tregua para recuperar el aliento mientras se produce una reflexión sobre lo que en el escenario se acaba de escuchar.
Todas las obras de teatro, o la gran mayoría, abren la mente, enseñan, divierten, hacen reflexionar y un largo etcétera de aportaciones positivas que hacen la vida un poco más bonita. Sin embargo, hay obras que, además de lo anterior, inspiran y te hacen sentir un poco más viva. Una habitación propia entra dentro de este último grupo. Siempre hay espacio para aprender y esta obra es una gran oportunidad para ello. Hay que aprender, desaprender y pensar en todo momento pues, como manifestó Virginia Woolf, «no hay verja ni cerradura ni candado que puedas imponer a mi libertad de pensamiento». El teatro siempre es necesario, pero Una habitación propia es imprescindible. En el Teatro Galileo hasta el 24 de junio.
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