El director Chema de la Peña se pone al frente de su quinto largometraje con Amarás sobre todas las cosas, una película que aúna lo más bello y lo más doloroso del amor con la danza y la naturaleza como vehículo principal.
Israel Elejalde (nominado al Goya por Magical Girl) y Lidia Navarro protagonizan esta historia que narra la relación entre Teo (Elejalde) y Ana (Navarro), dos personas que están en el lugar ideal y en la hora oportuna para encontrarse y comenzar así una intensa historia de amor, un amor que pronto se verá trastocado por el descubrimiento del trastorno de bipolaridad que sufre Teo y que les llevará a una espiral en la que será necesario replantearse las cosas para encontrar la salida.
Rodada a lo largo de todo un año en el que el equipo estuvo siempre alerta para encontrar ese instante climático que fuera de la mano con la intensidad de la escena, De la Peña firma un poético ejercicio cinematográfico que sirve, además, de primer papel protagonista para Israel Elejalde en la gran pantalla y que ha cosechado dos premios internacionales y una buena valoración de la crítica.
Amarás sobre todas las cosas ya se puede ver en los cines de nuestro país desde el pasado 25 de noviembre. Mientras te haces con tu entrada, nos introducimos más en las entrañas de este film de la mano de su director y guionista.
ENTREVISTA CON CHEMA DE LA PEÑA, DIRECTOR DE AMARÁS SOBRE TODAS LAS COSAS
P. ¿Qué hay que «dejar en el camino» para lanzarse a realizar un cine así, impulsado por el deseo de expresar y donde la imagen es pura poesía, en una actualidad que parece complicada para películas de autor en las que se palpa tanto amor por el cine y que se reciben, por otra parte, tan positivamente, ya que ha obtenido dos premios internacionales?
Este proyecto me rondaba en la cabeza desde hace tiempo y nunca encontraba el momento de hacerlo. Un día sopesé el coste que tendría no llevarlo a cabo. Me imaginé retirado del cine, ya mayor, pensando en aquella preciosa idea de contar una historia de amor de forma poética, utilizando la danza… y me entraba una gran tristeza viéndome a mí mismo sin ni siquiera haberlo intentado. Eso me decidió a dar el salto. Uno se arrepiente de lo que deja por hacer. De lo que se hace siempre se aprende.
P. Has trabajado con la coreógrafa Camille Hanson para los momentos en los que la danza se erige como mejor medio para expresar las emociones. ¿Estuvo este interés por la danza en el origen del proyecto? ¿Cómo llegaste a decidir dónde era idónea, esos momentos en los que aparece para expresar ese «más allá» sobre cómo se sienten los protagonistas?
Sí, la danza estuvo desde el principio, era uno de las apuestas del proyecto. Quería poder expresar de forma directa a través del cuerpo el viaje emocional de los protagonistas. Había trabajado con Camille en algunos de sus talleres y conectaba mucho con su forma de trabajar con la repetición, el cansancio, el abandono… Fue difícil elegir en que momentos aparecerían las coreografías. Entre Camille y yo fuimos explorando el guion, viendo la capacidad de expresión que podíamos alcanzar con la danza. Hubo tres coreografías que teníamos muy claras, otras fueron surgiendo por el camino.
P. Para Israel Elejalde es su primer personaje protagonista en una película. ¿Cómo fue el primer contacto, la decisión de que fuera él quien encarnase a Teo?
Conocía a Israel de “La función por hacer”; hizo una prueba muy buena y aunque seguí viendo a gente nadie superó su interpretación de Teo. Es un actor muy intuitivo y a los ensayos ya venía metido en la piel de Teo. Como director es un placer trabajar así, te permite jugar y explorar las profundidades del personaje.
P. Cuéntanos más de los pormenores del trabajo con Israel Elejalde y Lidia Navarro. ¿Cómo mantenían su personaje a pesar del tiempo entre rodaje y rodaje de una secuencia y otra, durante un año?
Ellos entendieron el proyecto desde el principio y trabajamos mucho con la palabra y también con el cuerpo de la mano de Camille Hanson, la coreógrafa. Ha sido un trabajo muy intuitivo y de riesgo para ellos, de dejarse llevar. Los pilares básicos de cada personaje estaban claros desde el principio y eso nos ayudó a seguir escribiendo la historia a lo largo del rodaje. Como suele suceder en estos casos, cuanto más avanzaba el rodaje, más claro y definido tenían a los personajes…
P. Dices que este proyecto nace del «deseo de expresar la necesidad vital de amar», pero también se experimenta un deseo por deleitarse con lo expresivo de la imagen, con la fuerza que la imagen sin palabras tiene y que, en el fondo, es la esencia de lo cinematográfico…
Sí, a la hora de mostrar la relación de amor entre los protagonistas hay una apuesta clara por la estética, por la poesía visual… que puede funcionar como contrapunto; la búsqueda de la belleza a través de las imágenes mientras vemos como los personajes se van ahogando en su tormentosa relación. Y en ese camino encontramos muchas formas de expresar la emoción: la propia imagen, la danza… y nos olvidamos de la palabra.
P. Hay también una dualidad muy enriquecedora entre lo que sucede en la ciudad y lo que acontece al aire libre, en la naturaleza. ¿Es tu forma de decir que el amor también se crece o enturbia dependiendo de dónde estemos?
Hay una intención expresa de encontrar la felicidad a través de la naturaleza. En la medida que los protagonistas se encuentran en la naturaleza la relación entra en una burbuja donde el tiempo se detiene, donde pareciera que solo pueden verse a través de los ojos del amor; mientras que en la ciudad entran en juego todas las obsesiones, miedos y desconfianzas.
Texto: Rocío Muñoz
Entrevista: Marinero Comunicación
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